miércoles, enero 18

El año que fue, por Carlos Fuentes

EL PAÍS - Opinión - 18-01-2006

En 2005, la Naturaleza dominó al Hombre. Del tsunami asiático al huracán Katrina, la Naturaleza dijo: Basta. Basta de degradarme, insultarme, despojarme, basta de divorciar la creación de la conservación. Basta de olvidar que al matar a la Naturaleza estamos matando a nuestra descendencia. Basta. El tsunami y el Katrina nos recordaron a todos las palabras del Paraíso perdido, de John Milton: "No acuses a la Naturaleza. Ella ha hecho su parte. Ahora, haz tú la tuya".
El Katrina puso al desnudo la incompetencia de la actual Administración norteamericana. Sin respuesta coherente ante una catástrofe nacional, el Gobierno de Bush hizo ver a todo el mundo que igualmente incoherente era su política en Irak, de principio a fin. Tardíamente, Washington admitió lo que todo el mundo sabía: Sadam Husein no poseía armas de destrucción masiva. Desplomada esta justificación (para eterno bochorno de Colin Powell), se apeló a briznas de justificación. Irak fue liberada de un tirano (Libia, no). Irak ha celebrado elecciones democráticas (Birmania, no). Nos retiraremos el día en que Irak se gobierne a sí mismo. Un mexicano dice con escepticismo: la democracia iraquí sólo llegará una vez que las tropas extranjeras se retiren y el país dirima sus profundas diferencias entre chiíes, kurdos y suníes, como sucedió con las facciones mexicanas entre 1910 y 1940. Acaso ello signifique, como en México, una guerra civil previa. La "democracia jeffersoniana" no se impone desde arriba y desde afuera. Crece, con modalidades propias a la cultura local, desde adentro. Los EE UU convivieron siete décadas con el sistema autoritario mexicano. La democracia que tenemos, buena y mala, frágil y fuerte, nos la debemos a nosotros mismos, a nuestra sociedad, nuestra cultura, nuestra historia. La actual Administración norteamericana podría aprender la lección mexicana.
No fueron el Katrina e Irak los únicos desastres que afectaron al Gobierno de Bush. Olvidando la vieja y sabia recomendación de Lincoln ("no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo"), las mentiras de la Administración actual comenzaron a deshilvanarse gracias a la investigación iniciada por el fiscal Patrick Fitzgerald acerca del origen de la guerra de Irak y las complicidades urdidas al respecto. Las asombrosas justificaciones de la tortura por el vice Cheney y el procurador Gonzales (con ese), la implicación de países europeos en vuelos secretos de la CIA con objetivos criminales, los horrores de Guantánamo y Abu Ghraib, la pifia de la nominación de la compinche de Bush, Harriet Myers, a la Suprema Corte y, por último, las revelaciones de cohecho y favoritismo generalizados hechas por el Coyote Avramov: otras tantas bateadas erradas de Bush.
Los Estados Unidos de América siguen siendo la primera potencia mundial, y no sólo por su enorme aunque discutiblemente eficaz fuerza armada. Los EE UU ocupan el primer lugar en producción industrial, manufactura y servicios, producción y consumo de energía, innovación y creatividad. Suman la mayor economía del mundo. Pero cargan con el máximo déficit mundial: 500.000 millones de dólares, seguidos por Gran Bretaña con apenas 25.000 millones (Clinton dejó un superávit de 400.000 millones). Pero en volumen comercial, la Unión Europea da cuenta del 17% mundial, y los EE UU, del 15%, en tanto que los avances vertiginosos de China y la India anuncian el tan temido (por Washington) orden multipolar del futuro. ¿Y Europa? El 2005 fue año de crisis y reafirmación. El resonante no a la Constitución europea fue el momento de mayor inflexión comunitaria. Los motines de los guetos suburbanos de Francia, su explosión más retardada. Ésta fue la rebelión de una tercera generación de inmigrantes asimilados, pero expulsados de los barrios vivibles del centro a los desiertos urbanos de la periferia. La visión apocalíptica de las películas de Goddard hecha realidad. Y un desafío mayor no sólo para Francia, sino para toda Europa: la inmigración necesaria sin violencia innecesaria. La incorporación de la "nueva Europa" (12 países del Este) plantea el problema que conocemos bien los mexicanos. ¿Cómo exportar bienes sin exportar, al mismo tiempo, trabajo?
La respuesta constitucional se hizo ver en la cumbre de Bruselas el pasado diciembre. La presidencia británica de Tony Blair no logró desplazar el centro europeo a una posición atlantista y neoliberal. Angela Merkel, la nueva estrella alemana de Europa, supo consolidar las políticas sociales y europeístas como respuesta mejor a los nuevos desafíos. La hija de pastor criada en la Alemania del Este dio voz y posición a la más profunda experiencia europea: el Continente no puede dejarse arrastrar a políticas nugatorias de los avances sociales en naciones heridas profundamente por los totalitarismos fascistas y comunistas. La salud social es la principal vacuna contra la tentación bélica y totalitaria. Merkel empieza su mandato. Los comentaristas hacen notar que en enero de 2007, cuando Alemania asuma la presidencia de la Unión Europea, Blair, Chirac y Berlusconi (probablemente) se habrán retirado. Merkel estará en su segundo año de poder. ¿Con quién lo compartirá en Francia, Italia y Gran Bretaña?
Europa, los Estados Unidos, China y la India son hoy las locomotoras mundiales. La América Latina, que se ve a sí misma como la prolongación de lo mejor de Europa en el Nuevo Mundo, pasa a ser furgón de cola. Una riquísima y constante tradición cultural se divorcia cada vez más de un considerable retraso de civilización. Distingo entre cultura -alma de una comunidad- y civilización -el cuerpo de la misma-. Más que nunca es cierto el pesimista aserto de Alfonso Reyes: "Siempre llegamos tarde al banquete de la civilización". Retrasados en ciencia y tecnología, en educación, comercio y capitalización (no aparecemos entre los 20 o 50 primeros lugares de estos rubros) sí hemos logrado avances políticos. Con la anomalía cubana, somos democracias pluralistas. Sólo que el desarrollo político ha ido acompañado de cierto desarrollo económico desde arriba y casi nulo desde abajo. Ello explica la aparición de regímenes de izquierda democráticamente electos pero de disímil caracterización. Lula en Brasil, Tabaré en Uruguay, Kirchner en Argentina, se comportan, en términos amplios, como demócratas sociales. Chávez, en Venezuela, representa el peligro del caudillo populista disfrazado por fraseología izquierdista y personalidad mussoliniana. Se opone a los EE UU en todo salvo en un punto: la fructuosa relación petrolera, indispensable para Chávez y para Bush. Lo demás es demagogia.
El nuevo presidente de Bolivia, Evo Morales, viene a sumarse a la tendencia izquierdista latinoamericana. Les rinde pleitesía a Chávez y a Castro. Habrá que ver cuánto le dura esta devoción y cuánto durará el presidente de un país que ha tenido más jefes de Estado que años de independencia. Hay que desearle éxito al presidente Morales, cuya gran tarea será crear instituciones repre
sentativas de la mayoría desheredada. Instituciones estables es lo que falta en Bolivia, no desplantes carismáticos.
En cambio, el mayor éxito de la nueva democracia latinoamericana lo representa Chile, cuyo presidente saliente, Ricardo Lagos, ha sumado políticas de mercado con políticas sociales que han colocado a Chile en el camino de menos pobreza, más prosperidad y más justicia. La pesadilla del pinochetismo se revela, más que como una anomalía, como el último estertor militarista de un país que logró los mayores avances sociales y políticos, de Portales a Balmaceda a Alessandri y Aguirre Cerda, sin exorcizar del todo la amenaza de la dictadura castrense, de Ibáñez a Pinochet. Es de esperar que Michelle Bachelet continúe y fortalezca las excelentes políticas de Ricardo Lagos, que representan el triunfo póstumo de Salvador Allende.
Mis amigos suramericanos, por último, creen que Andrés Manuel López Obrador es una especie de Chávez mexicano. Yo les aseguro que no es así. No sólo porque conozco a López Obrador, que es un socialdemócrata tradicional con vocabulario electoral melodramático, sino porque, si es presidente, López Obrador deberá vivir con el hecho fatal de la política mexicana: la larga frontera con los Estados Unidos de América y las contradicciones de la vecindad. Frontera porosa, territorios que fueron mexicanos, necesidad norteamericana de trabajadores mexicanos y necesidad mexicana de exportar el trabajo que en México no sabemos o no queremos generar. Intensa relación comercial. Pero el Tratado de Libre Comercio se olvidó del trabajo. Interdependencia económica. Pero disparidad monstruosa de niveles de vida.
Y un año electoral decisivo en México. La alternancia del año 2000 no significó transición verdadera. Fox se va sin crisis económica (dedos cruzados) y sin derramar sangre. Pero la corrupción ya no es monopolio de 70 años del mismo partido en el poder. Es un vicio compartido, en mayor o menor medida, por todos los colores políticos. Es el "unto mexicano" de la era colonial, célebre desde entonces. Y las reformas foxistas (energía, tributación) no pasaron porque el Congreso dividido quiso ser tercamente independiente y el presidente careció de talento negociador. La opción en julio de 2006 será entre dos candidatos creíbles, Felipe Calderón, del PAN centroderechista, y López Obrador, del PRD centralizquierdista, y un candidato increíble (Roberto Madrazo, del multicolor PRI). Pero de éste y otros asuntos hemos de ocuparnos largamente en el año que se inicia, 2006.