martes, febrero 14

Socialistas (1), por Jorge Arrate

El Mostrador
¿El Partido Socialista nunca termina?
Hace quince años, durante un encuentro en el Museo de Arte Contemporáneo de Castro advertí que un hombre mayor, moreno y canoso, un campesino del lugar, me observaba con insistencia. Desde hacía unos meses yo presidía el Partido Socialista. En un momento alguien se acercó y nos presentó. Caminamos por la ladera, en medio del fiordo, hasta alcanzar una planicie donde había una cancha de fútbol. Nos sentamos en un banco de troncos de árbol y él, un viejo militante, me contó su historia, me habló de Allende, de la reforma agraria, del primer tractor que compartieron los campesinos de esa zona, del golpe de 1973. En un momento miró hacia los cielos y dijo: - Desde aquí vi pasar los helicópteros. Llevaban cuerpos… Iban a tirarlos al mar. Guardó silencio unos instantes y agregó: - Pero, el Partido Socialista nunca termina. No he olvidado la frase, algo extraña en su construcción, quizá de sintaxis defectuosa, pero de mágica potencia. Sin embargo, los partidos políticos son entidades históricas que existen en un tiempo y un espacio. No gozan de inmortalidad. La historia de la derecha en nuestro siglo XX está llena de organizaciones que nacen y se extinguen, o mutan, cambian de nombre, de siglas, de símbolos. La expectativa de vida de los partidos de derecha es más bien baja, como si luego de algún tiempo de existencia no les quedara otra que esconderse o desaparecer. La derecha no se conduele de sus partidos muertos. Ella es el partido y lo demás son disfraces, máscaras. Lo esencial es que subsista su poder económico, social, cultural y político. No malgasta ternura en nostalgias. En la izquierda, más doctrinaria y menos utilitaria, promotora de proyectos de cambio hacia sociedades irreales, tan solo imaginadas -incluso en el caso de reformismos modestos, como es el nuestro hoy día-, los partidos llegan a encarnar sentimientos, razones y episodios que articulan la vida siempre dura de los dominados. Así adquieren identidad y memoria, van llenando las hojas de su álbum de fotos, cultivan símbolos, cantan sus himnos, lloran sus héroes, configuran una épica, se proyectan en el tiempo y generan adhesiones que son síntesis de memorias y esperanzas. Expresan, en fin, una matriz ética que es el núcleo central de su cultura. Por eso los partidos de izquierda son duros de matar. El Partido Socialista entre ellos. La gran oportunidad que algunos avizoraron, sin atreverse a enfrentarla, fue cuando a fines de los ochenta un sector del PS fundó el Partido por la Democracia como fuerza “instrumental”, para un solo momento, con un solo fin: ganar el plebiscito. Luego del éxito logrado, el procedimiento parecía obvio: si el PPD continuaba los socialistas fundadores podrían cambiar de piel sin tanta bulla y los otros socialistas, impulsados por la tendencia más pragmática de los tiempos, acabarían incorporándose a la nueva entidad, más “moderna”, menos contaminada con la trágica historia reciente. La idea ha estado siempre latente y, de una u otra forma, asoma cada cierto tiempo. El hecho explica en parte el curso de la relación entre los dos partidos: la “doble militancia” que permitió la consolidación del PPD y un sugerente ejercicio de poder a quienes tenían dos partidos para cruzar sus apuestas políticas; una etapa de distanciamiento del PPD, necesaria -imagino- para fortalecer su identidad y públicamente elevar a la categoría de virtud el “no tener historia”; un pacto “binominal” entre los dos partidos que facilitó la distribución por mitades de los cupos parlamentarios, municipales y cargos de gobierno. Junto a Clodomiro Almeyda propusimos que el PS definiera su relación con el PPD como la de un partido con un movimiento del que es integrante, con un estatuto de derechos para los miembros del movimiento. La opción que se impuso fue la de dos entes de igual naturaleza: partidos, partidos políticos, con todas sus bondades y sus miserias y desvaríos. El éxito político-electoral de esta segunda opción ha permitido elegir dos Presidentes de la República del espacio PS-PPD. Con todo, la política es incierta y caprichosa: uno de ellos es una militante socialista que nunca perteneció al PPD y cuya proyección pareciera desmentir la promesa que algunos hacían hace quince años de un destino brillante para el partido joven y una oscura decadencia para el partido viejo. Pero, estas son historias antiguas. Serán debate para historiadores. No podemos reescribir el pasado, en cambio sí podemos influir en algo el futuro. Al mirar hacia el horizonte hay que celebrar que la cuestión de la relación PS-PPD vuelva a plantearse ahora, aunque sólo sea como forma federativa. Tanto el PS como el PPD anuncian en las próximas semanas elecciones internas y sería un gesto de sanidad política que en ese proceso se discutieran los grandes temas que interesan a ambos partidos. Son varios, muchos, sin duda, pero uno de ellos es qué piensan sobre su propio destino, sobre cómo perfeccionar o ampliar sus entendimientos y potenciar o modificar sus identidades. Entonces, para algunos la cuestión puede ser inoportuna, extemporánea, innecesaria, como quiera calificársele, pero no debemos engañarnos y condenar el hecho de sincerarla. No olvidemos: está presente desde hace quince años. Mi punto de vista es que el tema debe ser debatido en sus propios méritos, sin actitudes demagógicas o religiosas. Los partidos son entes históricos y el campesino de Castro dijo algo que expresaba una aspiración y no una constatación: el deseo de que su visión de mundo, su idea de justicia y de libertad, sobrevivirían incluso al intento de exterminio físico. Pero los partidos de izquierda pueden terminar, porque a veces la emoción que los sostiene no es suficientemente fuerte luego que se debilitan las razones y las éticas sociales que representan se han erosionado. Me produce inquietud decirlo porque soy uno de los muchos que se siente identificado con la historia del Partido Socialista, la que viví y también la que hice mía sin haberla vivido, la que de ser memoria ajena pasó a prestada y luego a creerse casi memoria propia. Entonces, lo que corresponde es formularse las preguntas adecuadas: ¿se ha apagado nuestra emoción de ser socialistas? ¿Se han debilitado nuestras razones? ¿Cuán erosionada está la ética social que hemos querido expresar? Debemos discutir estos temas con sinceridad. Y examinar toda posibilidad de mejorar los instrumentos que tenemos para impulsar los objetivos de los socialistas. Pero, ¿cuáles son? ¿Cómo ayuda a lograrlos una federación con fuerzas aliadas o el paso siguiente, una fusión? ¿Una federación o fusión, con quiénes? ¿Amplia, estrecha, la que existe como alianza, otra? ¿Sobre qué bases políticas y de principios? ¿Nos acerca una federación o una fusión a una reforma a fondo que signifique una nueva Constitución para Chile que reemplace la de 1980, a redefinir el sistema político y a democratizar el sistema electoral? ¿Cómo potencia nuestra voluntad de establecer un modelo económico fundado en la idea de crecer pero con igualdad? ¿De qué modo fortalece la cultura democrática en vez de la cultura mercantil? El PS y, a juzgar por lo que se lee en los medios, también el PPD, están hoy deteriorados en su atractivo social y en su vida interna. Lo he dicho metafóricamente: cambiar a dos o a tres enfermos que tienen pieza separada a la sala común del hospital no sana su enfermedad ni les promete una salud venturosa. Por eso la razonable voluntad de perfeccionar alianzas o coaliciones deberá ir acompañada de un debate a fondo que responda cuestiones como las planteadas y, naturalmente, algunas otras largas de enumerar. Soy partidario de fortalecer los entendimientos entre fuerzas de izquierda, centro izquierda y centro, de reconstruir lazos con el vasto contingente ciudadano que no está inscrito, que se abstiene, que vota en blanco o nulo o que, participando en los procesos electorales y en las organizaciones sociales, está excluido de las formas consagradas de representación política. Soy partidario de proponerse avances sustantivos que consoliden nuestras ideas entre las mujeres, que nos han dado un triunfo histórico en la elección presidencial, por primera vez. ¿Cuál es la mejor forma de enfrentar estos desafíos? Sigo pensando que es fortalecer el Partido Socialista, pero estoy abierto a otros argumentos distintos que los míos. Mi propósito en las columnas próximas será precisamente argumentar que el Partido Socialista debe abordar, sin perjuicio del debate anterior, un primer punto de agenda: su vigencia, para tener significado, implica asumir la tarea de reconstruir cultura y fuerza de izquierda en la sociedad chilena, comenzando por casa. Si no lo hace, aunque no sea el propósito, estará favoreciendo su propia extinción.