viernes, marzo 10

Socialistas (8), por Jorge Arrate

Bolivia
El Partido Socialista, desde su nacimiento, explicitó una gran ambición: propugnar “la unidad económica y política de los pueblos de Latinoamérica, para llegar a la Federación de las Repúblicas Socialistas del Continente y la creación de una economía antiimperialista”. El emblema partidario -un hacha araucana sobre el mapa de América Latina- y su himno -la “Marsellesa Socialista”, una adaptación del cántico de la Acción Popular Revolucionaria Americana (APRA) del Perú- revelan esa vocación continental y también la importante influencia del pensamiento americanista de Víctor Raúl Haya de la Torre y de los apristas exiliados en Chile en la naciente organización. En 1947 la Fundamentación Teórica del Programa, obra de Eugenio González, reitera el concepto fundacional: “Para que la América Latina pueda influir en la conservación de la paz y en el destino de la civilización es necesario que deje de ser una expresión geográfica y se convierta en una realidad política”. La adhesión socialista chilena al horizonte bolivariano sufrió los embates y vaivenes de los tiempos. Sin abandonar la utopía de sus fundadores, la intensidad del compromiso ha sido variable. Pero esa herencia mantiene vivo un espíritu que singulariza al Partido Socialista y que es trasfondo de episodios históricos. Así ha ocurrido con Bolivia. Bolivia ha estado presente en diversos momentos de la vida socialista chilena, desde el Primer Congreso de Partidos Democráticos y Populares de América Latina, convocado por el PS de Chile en 1940, en el que se propuso que cada país aprobara una ley de “ciudadanía latinoamericana” y al que, según registra Jobet, concurrió un representante del Partido Izquierdista Revolucionario (PIR, el primer partido marxista de masas que existió en Bolivia). Las relaciones políticas con fuerzas bolivianas fueron intermitentes y alcanzaron vigor a fines de los sesenta y comienzos de los setenta cuando el escritor y dirigente socialista boliviano Marcelo Quiroga Santa Cruz fundara el PS-1 de Bolivia. Quiroga vivió parte de su infancia y adolescencia en Chile y posteriormente, exiliado luego del derrocamiento de Juan José Torres, hizo clases en la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile. El PS-1 boliviano reflejó en su estilo y bases doctrinarias una influencia del PS chileno de aquellas épocas. Marcelo Quiroga regresó a Bolivia clandestino en 1977 y tres años más tarde fue asesinado por una banda de paramilitares. Hasta ahora no ha sido posible recuperar sus restos. Vivió en Chile durante el período de la Unidad Popular y viajó a Argentina dos meses antes del golpe de septiembre de 1973. Preguntado allí sobre sus perspectivas políticas dijo la siguiente hermosa frase, que sin duda compartirían los chilenos y bolivianos socialistas o de izquierda: "Lo que he realizado y voy a realizar guardará estricta consecuencia con un objetivo final: la sustitución de un régimen de explotación por otro en el que la justicia social sea posible”. En este recorrido necesariamente incompleto de la memoria socialista sobre Bolivia es indispensable recordar el impacto del triunfo del MNR en 1953. En Reencuentro con mi Vida, sus memorias, Clodomiro Almeyda revivió el acontecimiento: “Nuestro partido mostró gran interés por la Revolución Boliviana de 1952 (…) Valoramos desde un comienzo la trascendencia de la empresa acometida por el Movimiento Nacionalista Revolucionario desde el Poder, con su nacionalización de las minas, la reforma agraria, el frustrado intento por transformar sus fuerzas armadas y la promoción del elemento indígena de Bolivia a un protagonismo nacional”. Oscar Waiss en Nacionalismo y Socialismo en América Latina, impreso en la editorial partidaria “Prensa Latinoamericana”, opinó mientras los hechos ocurrían: “En Bolivia se viven los días apasionantes de la experiencia revolucionaria que nacionalizó las minas”. Raúl Ampuero, entonces a la cabeza del Partido Socialista Popular, y Carlos Altamirano viajaron a Bolivia y otro tanto hizo Salvador Allende. Los “retrocesos posteriores”, usando los términos del propio Almeyda, causaron desazón. Sin embargo, la experiencia política más intensa entre socialistas chilenos y bolivianos, la de mayor contenido americanista, ocurre a propósito de la tentativa de Ernesto Guevara de constituir un “foco” guerrillero en Ñancahuasú, en las selvas bolivianas, con la intención de proyectarlo hacia el cono sur de América Latina. Chile es elegido para ser base de comunicaciones y abastecimiento y la sección chilena del Ejército de Liberación Nacional (ELN) Boliviano se comienza a crear al interior del Partido Socialista de Chile. Entre sus primeros integrantes destacados están Beatriz Allende, Elmo Catalán, asesinado en La Paz en 1970, Arnoldo Camú, abatido por la dictadura de Pinochet en 1973, y algunos dirigentes sindicales socialistas de la mina de Chuquicamata. Derrotado y muerto el Ché, un puñado de cubanos sobrevivientes son rescatados por la sección chilena del ELN y Salvador Allende los acompaña hasta Tahiti para entregarlos al Embajador de Cuba en Francia. Pero la guerrilla del Ché continuará. Inti Peredo, su nuevo jefe, se traslada a Chile y, luego, en 1969, Elmo Catalán se instala en Cochabamba como miembro del Estado Mayor del ELN boliviano. Inti muere en combate ese mismo año y la posterior reconstrucción de la guerrilla, esta vez en Teoponte, conduce a una nueva derrota. Sólo tres de una docena de chilenos participantes logran sobrevivir y regresar a Chile. Los lazos entre socialistas chilenos y bolivianos se desarrollan también durante el exilio, a partir de 1973, en Argentina y México, entre otros países. Pudiera decirse, como conclusión provisoria, que Bolivia ha sido uno de las naciones que más espacio ha tenido en el imaginario y acción del socialismo chileno. La cuestión del mar no ha sido obstáculo para que se expresen las grandes coincidencias políticas, vigentes con particular fuerza en diversos momentos de los últimos setenta años. Sin embargo, esas grandes coincidencias no han sido suficientes para empujar con eficacia una solución satisfactoria a la lacerante cuestión del enclaustramiento marítimo boliviano. Las fuerzas políticas viven en la sociedad en que nacen y se desarrollan y son a ella, en último término, lo quieran o no, tributarias. Las visiones de izquierda no están libres de la pertenencia a la estructura social y cultural a la que corresponden, que las sostiene y también las contamina. Por eso el nacionalismo ha sido un factor decisivamente condicionante en el tratamiento que Chile y Bolivia se han dado recíprocamente y ha restringido los márgenes de movimiento de las organizaciones políticas de izquierda. Desde el desplazamiento de la dictadura en Chile, las fuerzas democráticas gobernantes, entre ellas los socialistas, no han dado pasos decisivos tras una solución a la aspiración marítima boliviana. El hecho, en diversos momentos, ha provocado desencanto en las vertientes y personeros progresistas que han participado en los gobiernos bolivianos. Del mismo modo, el progresismo chileno ha observado con inquietud la inestabilidad de cualquier tratativa, siempre sometida a los avatares que impone el nacionalismo y la debilidad tradicional de los gobiernos altiplánicos. En un libro reciente, El Largo Conflicto entre Chile y Bolivia, del socialista Luis Maira y del boliviano Javier Murillo, Maira formula un riguroso levantamiento de los datos históricos relevantes y de las circunstancias de los cuatro intentos principales realizados por la diplomacia destinados a enfrentar la cuestión del mar y propone un enfoque lúcido y trascendente para avanzar en su solución. Los socialistas chilenos y otros partidos de izquierda han sustentado claramente su apoyo a un acuerdo que tendría trascendencia histórica y que podría modificar la atmósfera latinoamericana y las perspectivas continentales de desarrollo económico en un sentido aún más favorable a las posiciones integracionistas. Hoy 10 de marzo el Presidente de Bolivia, Evo Morales, inicia su visita a Chile para asistir a la asunción de Michelle Bachelet como Presidenta. Es un motivo de alegría y de esperanza. El acto popular que habrá de acogerlo es un gran momento de confraternidad. Carecen de sentido las inquietudes fundadas en que el evento significaría restar protagonismo a la investidura de la nueva Presidenta. Se trata de cuestiones distintas que no tienen por qué considerarse contrapuestas o excluyentes. Por el contrario, los socialistas deben celebrar la visita y augurarle un buen resultado, en consonancia con lo que han sido las resoluciones de sus Congresos recientes. Es preciso ser realista, pero sin perder el empuje. Es decir, realistas con el razonamiento, esperanzados y exigentes con el espíritu. Hace más de medio siglo el Presidente de Chile visitó Bolivia y Clodomiro Almeyda, en una columna de prensa, valoró enormemente el significado de esa visita y señaló un camino: “Las cuestiones chileno-bolivianas de toda índole sólo hallarán su solución orgánica en la medida que se juzguen y resuelvan sobre el telón de fondo de la progresiva complementación y entendimiento entre ambos países”. Han pasado más de cincuenta años y el camino sigue abierto. Al punto que el párrafo final del texto de Almeyda pareciera escrito hoy: “Por eso América espera de Bolivia. Espera que el sordo rumor que se advierte en medio del collar de volcanes del Altiplano madure y dé sus frutos, encontrando su verdadera y auténtica réplica en todos los demás escenarios latinoamericanos, cada uno de los cuales tiene su palabra que decir y su tono que imprimir a la verdadera historia nuestra, que recién ahora está comenzando”.